Cumplía sesenta y cinco años y se jubilaba ese día, por eso había organizado una fiesta de las de una vez en la vida. La casa del monte la había dejado tan elegante para la celebración que parecía un hotel.
La barbacoa estaba preparada para no dejar de asar en toda la tarde, todo el patio estaba lleno de luces, el jardín estaba podado y bien arreglado y nosotros nos habíamos ocupado de decorarlo con los arreglos florales para cumpleaños que nos había pedido: un arco verde con hortensias blancas a modo de photocall, ramos en las mesas de estilo inglés como los que hacía Constance Spry, todo en verdes silvestres y flores blancas (el color era petición suya) y guirnaldas entre los árboles y a la entrada de la casa.
Y allí que fueron familiares y amigos y se pasaron toda la tarde charlando, riendo, comiendo y celebrando. Y todo acabó con una traca. ¡No, perdón, con un castillo! Esa fiesta de cumpleaños sí que fue la fiesta de su vida.